Abstract:
La fuente principal de proteína animal es obtenida del ganado y sus derivados, y
juega un papel crucial en la economía de la mayoría de las naciones (Domke et
al., 2011). Más de 1 billón de personas a nivel mundial dependen del sector
ganadero y el 70% de los 880 millones de pobres rurales que viven con menos
de 1 dólar por día dependen al menos en parte, de la ganadería para su
subsistencia (FAO, 2014). Se estima que la ganadería es la principal fuente de
ingresos de alrededor de 200 millones de familias de pequeños productores en
Asia, África y América Latina, y única fuente de subsistencia para al menos 20
millones de familias; si a esto se le suman los medianos productores, las cifras
bien podrían duplicarse (FAO, 2014). A pesar de que México ha ido avanzando
en su productividad, sólo genera el 70% de la carne ovina que consume, por lo
que tiene un mercado interno potencial de unas 30,000 toneladas anuales.
Además, nuestro país ha recibido la petición de exportar carne y animales a
países como Jordania, Turquía, Libia, India y Corea del sur, además de
Centroamérica (SAGARPA, 2013). De acuerdo con las últimas estadísticas de
la SAGARPA (2011), en México existen casi 8,220,000 cabezas ovinas, de las
cuales el 70.9% se localiza en diez estados de la república y sólo el 29.1% se
ubica en las 21 entidades federativas restantes (Figura 1).
La producción ovina ha cobrado gran importancia en el estado de San Luis
Potosí, debido al incremento en su producción, de acuerdo a datos de
SAGARPA del monitor agroeconómico se obtuvieron 1,461 toneladas en
promedio anual de carne, producidas en San Luis Potosí, desde el 2009 al
2013. El estado de San Luis Potosí se caracteriza por su extensión semiárida y
generalmente se aplican dos tipos de sistemas de producción: el altamente
tecnificado con uso intensivo de insumos, y el que se desarrolla por
subsistencia, consistente en la agricultura temporal y ganadería extensiva en
agostaderos pobres. Las razas más utilizadas en la zona centro del país son las
razas Suffolk y en menor medida la Hampshire; también se utilizan la
Rambouillet y últimamente se ha integrado la raza Pelibuey. En San Luis Potosí
la raza predominante es la Rambouillet; siendo la venta de pie de cría la forma
de comercialización más común de la producción ovina (INIFAP, 2015). El
municipio con mayor producción de ganado en pie y toneladas de carne es Villa
de Arriaga con el 50%, y en segundo lugar Moctezuma con el 12% de la
producción estatal (SIAP, 2014).
El consumo de carne ovina, es de suma importancia a nivel estatal, y uno de los
factores que afectan la producción ovina es el parasitismo gastrointestinal, el
cual constituye uno de los factores limitantes de la explotación de rumiantes en
el mundo, al ocasionar la muerte en animales jóvenes y afectar negativamente
la tasa de crecimiento (Kahn y Woodgate, 2012; Domke et al., 2011).
Los animales con infecciones parasitarias reducen la cantidad de energía
metabólica utilizada para la producción, conforme los parásitos utilizan los
nutrientes, producen inflamación que disminuye los procesos de absorción,
dañando órganos vitales y causando que el animal sea más susceptible a otros
agentes patógenos. Generalmente, los parásitos afectan subclínicamente al
hato y las pérdidas no son notadas. En una parasitosis subclínica y crónica del
abomaso, intestino delgado e hígado, el consumo de alimento disminuye hasta
en un 15-20% y en casos agudos puede producir anorexia total; estos parásitos
producen anemia, toxemia y obstrucción en órganos. Se ha reportado que los
parásitos causan daño en el abomaso en glándulas secretoras, con la
consecuente disminución del ácido clorhídrico. Como consecuencia, el pH
disminuye hasta 6.5, limitando la eficiencia en la digestión (la digestibilidad de
nitrógeno se reduce en un 25%) y absorción de nutrientes (Nahed et al., 2003).
En cuanto a afectación de parámetros productivos en ovinos, las infecciones por
nemátodos deprimen la ingesta de alimento, el crecimiento de corderos,
crecimiento de lana, tasa de supervivencia en corderos y la fertilidad en la oveja
(Fernández et al., 2006).
Es esencial conocer las características del ambiente y del manejo en los
sistemas regionales de producción, para entender como las enfermedades
parasitarias influencian a los animales (Nahed et al., 2003). Los sistemas de
cría y comercialización de ovinos varían mucho tanto en términos de las razas
de ovejas como en su propósito (carne, leche o la producción de lana), y si
éstos son manejados extensivamente o intensivamente. Esto, en gran medida
dependerá de las tradiciones locales, la tierra, su topografía y los climas
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predominantes (Taylor, 2012). Conforme han pasado los años, se han
reportado cambios en el desarrollo en la capacidad de controlar las infecciones
parasitarias; esto puede ser un reflejo de cambios en el manejo de los borregos,
los efectos de cambios climáticos, y la excesiva dependencia de los
desparasitantes que ha fomentado la resistencia (Taylor, 2012).
Con respecto a los sistemas de producción, el sistema de pastoreo presenta
mayor prevalencia de huevos de nemátodos en heces, en comparación con un
sistema de confinamiento. En cuanto a sistemas intensivos, se ha reportado que
la coccidiosis es más prevalente, siendo una enfermedad que causa mortalidad
en corderos lactantes, provocando enteritis proliferativa (Cai et al., 2009).
Para el tratamiento de los animales parasitados se utilizan de manera común
los antihelmínticos, aunque algunos productores utilizan programas de
tratamiento preventivo, sin considerar la información epidemiológica básica
necesaria para una estrategia óptima de control, o sin cuestionarse la relevancia
en la gran cantidad de fármacos antihelmínticos utilizados en animales para
consumo (Sibbald et al., 2009).
Un problema relevante en la utilización indiscriminada de antihelmínticos es la
quimiorresistencia, la cual constituye una problemática de interés mundial,
siendo un estímulo para el desarrollo de estrategias de control parasitario que
buscan disminuir los riesgos de seleccionar cepas de parásitos resistentes, así
como garantizar la sustentabilidad de las explotaciones, mediante la
disminución del uso de antihelmínticos a través del tratamiento selectivo al
interior del rebaño (FAO, 2003; Morales et al., 2008). Esto es factible mediante
la identificación de los individuos que de alguna manera, se beneficiarán con el
tratamiento (Jacobson et al., 2009). Por lo que, el primer paso para lograr un
control parasitario está relacionado con el estudio de la epidemiología de los
agentes etiológicos, y entre ellos el conocimiento de las especies de parásitos
que circulan en los rebaños. El empleo de la información epizootiológica,
obtenida como resultado de una investigación dinámica en determinadas
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condiciones, constituye la piedra angular para el establecimiento de los planes
de control parasitario (Arece, 2007).
La selección de un programa de control estratégico de las parasitosis es de
índole prioritaria, entre las medidas sanitarias, en la producción de rumiantes; y
se debe tomar en cuenta que, el uso de antihelmínticos no debe sustituir las
buenas prácticas de manejo y deben ser usados solo cuando son necesarios y
sobre un esquema adecuado. (Morales et al., 2008).