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Decía Don José Antonio Padilla Segura, ilustre ingeniero potosino: “No se puede ser ingeniero sin tomar el reto de hacer o de transformar; el ingeniero imagina, origina ideas, las transforma en planes y estos los plasma en realidades tangibles”.
En San Luis Potosí, la enseñanza formal de la ingeniería tuvo su origen en los primeros años del Instituto Científico y Literario, en cuyo Reglamento de Gobierno de 1869 se publicaban los planes de estudio de las carreras de Ingeniero Topógrafo e Hidromensor, Ingeniero Geógrafo, Ensayador y Apartador de Metales e Ingeniero de Minas. Sin embargo, sería la Revolución Mexicana de 1910 el acontecimiento que marcaría el parteaguas en la historia de nuestra facultad. El vértigo de la revuelta armada llevaría al Instituto a suspender sus actividades de manera temporal, y obligaría a la Es- cuela de Ingeniería a no reabrir sus puertas sino hasta el año de 1945. A 70 años de distancia, hoy somos herederos de una larga tradición de más de 200 años de enseñanza de la ingeniería en nuestro país, desde que a fines del siglo XVIII se expidieran las ordenanzas para la conformación del Real Seminario de Minería. La Escuela de Ingeniería renace en el seno de una noble institución, la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, con la que comparte y de la que se nutre de los más altos principios, de los que la sociedad la ha hecho depositaria: responsabilidad, honestidad, dignidad, libertad; respeto y tolerancia a todas las voces, a todas las ideas y a todas las creencias.
Las páginas de nuestra historia han sido escritas con el esfuerzo, con la tenacidad y con el trabajo diario y comprometido, de hombres y mujeres imbuidos del celo que sólo la fe y el fervor, más allá del sentido religioso, pueden imprimir a sus actos quienes lo poseen. Hombres y mujeres con la firme conciencia de la honda huella que su diario accionar ha dejado, y dejará, en cientos de jóvenes, quienes han decidido apostar su futuro a su paso por nuestras aulas.
Estas “Memorias”, como el autor, Ramón Ortíz Aguirre, simplemente las llama, han sido dedicadas por él a todos estos hombres y mujeres, pasados y presentes, que con su vida han permitido que la Facultad siga viviendo; para que las generaciones actuales y futuras tengan siempre presente la incansable labor de todos ellos, nuestra maravillosa comunidad de la Facultad de Ingeniería, de sus maestros, de sus investigadores, de su personal administrativo, de su personal de intendencia, de sus alumnos y exalumnos, de sus autoridades.
Con un lenguaje siempre ameno, como lo es él en su trato, Ramón Ortíz nos invita a emprender un viaje en el tiempo y en el espacio, desde el apacible aire provincial decimonónico durante los primeros años del México independiente, pasando por la vorágine de la Revolución Mexicana apenas inaugurado el siglo XX, hasta los turbulentos años de la posguerra; desde el “sonoro y limpio embaldosado” de nuestro espléndido edificio de rectoría, otrora colegio de los jesuitas, de su segundo patio, hoy Patio de la Autonomía, sede de los primeros años de la enseñanza de la ingeniería, pasando por esa joya de la arquitectura barroca, el edificio de la Real Caja, cuna de la Escuela de Ingeniería, hasta sus modernas instalaciones que ocupa en la actualidad. No es un simple recuento de hechos históricos, no es una crónica oficial; el autor, como él mis- mo lo reconoce, no es historiador “ni nada que se le parezca”, pero poco a poco nos introduce, con una dinámica narrativa, a través de las vicisitudes de los años previos a la reapertura de la escuela, de sus primeros años, en los que la falta de recursos, materiales y humanos, hacía imposible ofrecer aquí la totalidad de los planes de estudios, su transformación en Facultad, su etapa de consolidación hasta lo que es en la actualidad, indudablemente una de las mejores escuelas formadoras de ingenieros del país, una auténtica industria del conocimiento, entremezclando en todo momento la reseña histórica con lo anecdótico, con un estilo ameno, coloquial, sin grandilocuencias, uniendo de manera espléndida las piezas para lograr el cuadro completo.
El escritor Víctor Hugo dijo alguna vez que el futuro tiene muchos nombres, para los débiles es lo inalcanzable, para los temerosos, lo desconocido, pero para los valientes es la oportunidad. Sin perder de vista su pasado histórico, hoy la Facultad de Ingeniería vislumbra un futuro prometedor, lleno de retos por afrontar, pero también lleno de oportunidades por cristalizar, encarándolo con total valentía para consolidar lo que ya es, un centro promotor del cambio, generador de recursos humanos de excelencia, garante de la materialización del que hoy por hoy constituye el más gran- de desafío de los universitarios todos, el hacer realidad las aspiraciones institucionales plasmadas en su Visión 2023: lograr que nuestra universidad sea “reconocida con amplitud como una institución de la más alta calidad, socialmente responsable, abierta, incluyente,...”. Alcanzar esta meta representará el manifiesto indiscutible de la calidad de nuestro quehacer cotidiano, un quehacer que refleja el compromiso de quienes, con su trabajo diario, son los auténticos constructores de este gran proyecto académico al que llamamos Facultad de Ingeniería. |
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